Hombre mediocre

Es el que tiene pobreza de creatividad, de voluntad individual y de aspiraciones específicas, es el carente de ideal —el ideal es la aspiración de perfeccionamiento ético y espiritual—. Es por esencia imitativo, se adapta a las rutinas, prejuicios y dogmas establecidos; es conservador y rutinario, gusta de la pompa artificiosa (en el gesto, en el vestir, en la palabra), tras la que oculta su real pobreza espiritual, aparenta ser modesto en el afán de criticar a los capaces, usa la maledicencia sistemática y soterradamente para dañar a los que no son como él, la moral de él es la de Tartufo, hipócrita y mezquina, y la pasión primordial es la envidia. El hombre mediocre florece en todas las familias, credos y capas sociales. Es un ente necesario, pero superable, del proceso evolutivo de la humanidad. Su peligro está en el modo en que su número pone obstáculos a quienes portan un ideal creador y de amplios horizontes. Su caldo de cultivo es la vulgaridad; la psicología de lo vulgar. El hombre mediocre es uno de los problemas que más lacera a las sociedades, con especial daño en los países pobres, pues no hay pobreza mayor que la espiritual. El hombre sin ideales —entiéndase el mediocre— hace del arte un oficio, de la ciencia un comercio, de la filosofía un instrumento, de la virtud una empresa.