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Nacionalismo

El término nacionalismo se puede utilizar en dos sentidos, el primero muy amplio y el segundo más estricto. Por un lado para referirse a todas las manifestaciones culturales y políticas que se basan en el sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos de un Estado y de adhesión a los valores que dicho Estado representa, es decir como sinónimo de sentimiento patriótico. En ese sentido el nacionalismo está presente en todas las democracias, ya que el consenso democrático resulta difícil si los ciudadanos no se sienten partícipes en un proyecto común, algo que habitualmente se denomina patriotismo. Y por otro para referirse a una doctrina política cuyo núcleo central es la convicción de que la humanidad está dividida naturalmente en un tipo peculiar de comunidades básicas, denominadas naciones, a cada una de las cuales corresponde la soberanía sobre determinado territorio.

El nacionalismo en sentido estricto es una doctrina que surgió a fines del siglo XVIII por obra de pensadores como el alemán Johann Gotfried Herder y que ha tenido una gran influencia a lo largo de los siglos XIX y XX. Sus orígenes temporales coinciden pues con los de la democracia y no es extraño que así sea. Cuando la soberanía se atribuía a los monarcas, la identidad de sus súbditos no tenía trascendencia política y de hecho las ciudades y territorios podían pasar de una soberanía a otra al azar de las herencias dinásticas y de las guerras. La democracia parte sin embargo del principio de soberanía popular y a partir de ahí la identidad nacional de los ciudadanos adquiere una mayor relevancia política. Históricamente se han seguido dos vías hacia el nacionalismo. La primera ha sido la de identificar a la nación, sujeto de la soberanía nacional, como el conjunto de los habitantes de un determinado Estado, que a veces es de origen dinástico, como en los casos de Francia, España, China o Japón, y otras veces tiene un origen colonial, como ocurre con la mayoría de los estados americanos o africanos. La segunda sido la de atribuir esa soberanía a una nación cultural, es decir a una nación definida por unos rasgos culturales específicos, cuyo territorio puede no coincidir con el de un Estado ya existente, sino estar englobado en un Estado más amplio (como Irlanda en el Reino Unido) o dividido entre varios Estados (como Alemania, Italia o Polonia). En el primer caso la nación queda delimitada por unas fronteras que son el resultado de una sucesión de azares históricos, como uniones dinásticas o victorias militares, mientras que en el segundo es el propio movimiento nacionalista el que se arroga la capacidad de identificar los límites de la nación soberana.

Cuando la nación identificada por los nacionalistas coincide con un Estado preexistente, su objetivo será reforzar los rasgos culturales comunes que diferencian a ese Estado respecto a sus vecinos, es decir esforzarse a crear una identidad cultural diferenciada, y a su vez promover la homogeneidad cultural en el interior de sus fronteras. Cuando la nación identificada por los nacionalistas resulta en cambio estar dividida en varios estados o sometida a estados que los nacionalistas consideran extranjeros, el movimiento nacionalista ha de plantearse necesariamente tres cuestiones: cuáles son las fronteras de su nación, cuales son los rasgos culturales que diferencian a los miembros de esa nación respecto a sus vecinos y cual es el grado de autogobierno político que desean para su nación.

Enlace permanente: Nacionalismo - Fecha de actualización: 2018-10-12 - Fecha de creación: 2018-10-12


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